15/11/10

Prohibido fumar

Nota ciento por ciento autorreferencial. Corría el año 1996 cuando la escribí, como ejercicio para una materia de Periodismo.

Tendrían que pasar casi diez años más para que la Legislatura porteña aprobara una ley anti tabaco, la Ley 1.799, que entró en vigencia el 1 de octubre de 2006, y que establece la prohibición de fumar en los edificios públicos del gobierno porteño así como en ciertos lugares privados: bares, restaurantes, shoppings y cibercafés, entre otros.

Más allá del tono jocoso, antes se vivían este tipo de situaciones.


“EHH, ¡NO SE PUEDE FUMAR EN CLASE!”

Martín es un luchador. O un insufrible. Depende del lado del mostrador del que se lo mire. Tiene 21 años, estudia periodismo en la Universidad de Belgrano y desde hace cuatro años lleva adelante una cruzada contra aquellos que fuman en lugares cerrados.

Pelado, con el ceño fruncido, desde el fondo del aula levanta su mano con resolución para interrumpir al profesor en el momento en que este se dispone, “como si fuera lo más normal del mundo”, a encender un cigarrillo. “Disculpe, profesor, pero no se puede fumar en clase”, advierte mientras señala el pequeño cartel que lo avala.

Algunos profesores apagan el cigarrillo disimulando su mal humor, ofendidos por la insolente ocurrencia. Otros mienten, entre conciliadores y nerviosos: “es el último”, y continúan la clase con el beneplácito de los alumnos fumadores, que lanzan victoriosas bocanadas de humo al agitador.

“El profesor de Práctica Profesional de primer año, Miguel, fue el peor de todos”, comenta Martín en referencia a Miguel Wiñazki, hoy director de la carrera. “Cuando le dije que no se podía fumar, me contestó que si quería ser periodista me tenía que acostumbrar porque en las redacciones todos fuman”.

Sus compañeros ya se acostumbraron a la escena y hasta calculan con sorna el momento en que se producirá. Pero al principio no era bien vista ni por los no fumadores, quienes poco interés demuestran por el tema. “Un cigarrillo prendido, al rato son veinte bocas que lanzan una bruma blanca irrespirable”, razona el pendenciero.

En cierta ocasión, a pocos meses de haber comenzado a cursar el primer año y casi sin conocerse con sus compañeros, en pleno invierno, se levantó del asiento farfullando improperios. Sus ojos inyectados en sangre buscaron su campera, se la puso y sin miramientos abrió violentamente la ventana. Una corriente fría impulsó el humo que saturaba el ambiente al son de las bocinas que provenían de la calle. Un ejército de ojos apuntó hacia el blanco con miradas fulminantes. El duelo ocular se sostuvo unos segundos hasta que la profesora preguntó con tímido estupor qué hacía. Con ánimo beligerante, Martín respondió: “a mí me molesta el humo, a ellos les molesta el frío: estamos iguales”. Los alumnos empezaron lentamente a apagar sus cigarrillos. Tal vez porque entendieron el mensaje. Tal vez porque estaban hartos y tenían frío.

Hoy el problema es el primero, quién se anima a encender el primero. Todos se miran como diciendo: “dale, qué esperás”. Una chimenea se enciende. Realizada la maniobra audaz, en breve lapso toda una industria tabacalera pone bocas a la obra. Los semblantes parecen adquirir una expresión placentera tal, que resulta una herejía proferir las palabras malditas. Pero éstas llegan inexorables: “ehh, no se puede fumar en clase”. Y la discusión comienza de nuevo.

En rigor, luego de cuatro años de bregar, este discutidor por naturaleza ha logrado pasar de la polémica al regateo. “Uno solo, por favor”, imploran sus compañeros, finalmente vencidos por cansancio. “Me voy a la otra punta, no te llega el humo”, suplican. Mas no hay buenas intenciones ni argumentos capaces de persuadir a un no fumador militante. “No jodan, viejo, en diez minutos termina la clase y se fuman un atado entero”.

Al término de la clase, las chimeneas comienzan a trabajar. Con un “chau” parco pero sonoro, un alumno abandona el aula presurosamente, como si alguien invisible lo persiguiera...

1 comentario:

  1. Cuanta nostalgia de esos días en las Aulas de Ramos con el Sr. Onetto a los gritos por la humareda! jajajaj

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