15/11/10

El vendedor de placer

Dudosa y apócrifa incursión en un local de venta de juguetes eróticos y adminículos por el estilo.

Miguel trabaja en un sex shop de la avenida Corrientes, aunque siempre soñó con ser abogado; es calvo, barbudo y usa gafas pequeñas: una copia fiel del actor porno de los años 70.

Como si de remeras se tratara, el vendedor atiende con gentileza a curiosos y expertos. “¿Estás buscando algo en especial? ¿Lesbianas? Okey, subí las escaleras, sobre tu izquierda”.

-¿Te piden cosas muy raras?

-Qué sé yo. Después de trabajar siete años en esto, cualquier cosa es normal.

-¿Y qué es normal?

-Penes de látex de todos los tamaños y colores, prótesis, cueros, películas con enanos y gordas, sadomasoquismo...

-¿Vienen más los hombres o las mujeres?

-Mirá, este negocio está hecho más para hombres que para mujeres, pero te sorprenderías al ver la cantidad de minas que preguntan.

-¿Qué sensación tuviste cuando entró una mujer por primera vez?

-(Risas) Y... me, me... Tenía curiosidad por saber qué iba a comprar. Porque además era linda. Me acuerdo que los clientes que revisaban las bateas se dieron vuelta para mirarla.

-¿Nunca salieron dos clientes juntos del negocio?

-Puff. Muchas veces. Yo no sé si iniciarán una relación o sólo es para joder un rato. Pero muchas veces, sí. Después de todo vienen a buscar sexo, y se encuentran con gente que viene a buscar lo mismo.

Se acerca un hombre de traje, encorvado, cansado pero nervioso; deja su portafolio en el suelo y pregunta bajito: “¿Cuánto vale ésta?”. “¿PENTHOUSE ANUAL?”, dice el vendedor levantando la voz de tal manera que el hombre encorvado se estremece. “23 pesos, ¿la llevás?”. El consumidor asiente una vez: sube la cabeza, la baja y así se queda mientras paga rápidamente para irse, no sin antes guardar la revista en el fondo del portafolio.

-¿Vos consumís algo de lo que vendés?

-Y sí, flaco. ¿Vos no leés o ves porno? Los únicos que pueden llegar a decir que no consumen pornografía son los curas y las monjas. Pero hasta de ellos desconfiaría. Me gusta mucho el Marqués de Sade. Aunque no lo reduciría a algo "porno".

Responde en tono afable, pero la pregunta parece haberlo irritado. Su mirada severa se desliza por las bateas del comercio. “Esto es sexo, nada más. No es tan grave”, se defiende. Y agrega con pesadez: “los tipos que vienen acá no son delincuentes”.

Unos penes de látex del tamaño de un brazo cuelgan a espaldas de vendedor.

-¿Alguna mujer los compra?

-(Se da vuelta, arqueando las cejas, y mira el producto, similar a un bate de béisbol) Por lo general, las minas eligen los de tamaño estándar o chico. Los que lo compran son los hombres: son insaciables.

-¿Los clientes te piden consejos?

-Aunque te parezca mentira, yo sé mucho sobre impotencia. Bueno, no es que sea impotente sino que entiendo medicinalmente hablando las disfunciones de un hombre. ¿Entendés?

-Estudiaste medicina

-No, estudiar, estudié Derecho. Pero largué al segundo año, qué va ’cer.

Miguel comercia placer para otros. Entre consoladores y muñecas inflables, habla de los Redondos y del amor eterno que siente por Sofía, la mujer con quien vive desde hace ocho años. “A ella no le molesta que yo trabaje en esto”, señala despreocupado. “¿Cómo le puede molestar algo que nos da dinero para comer?”, enfatiza.

-¿Por qué no seguiste la carrera de Derecho?

Piensa por unos instantes y responde con aparente humor:

-Por aquel dicho popular: tira más un... ¿Lo puedo decir?

-Decílo.

-Tira más un pelo de concha que una yunta de libros, en este caso.

1 comentario:

  1. A ver si el coautor de este ejercicio de nota se hace cargo...
    El "dúo tan mentado" es, en realidad, un trío. Este trío todavía le debe al periodismo de investigación una pieza invalorable, titulada, ya para la posteridad, "ratas en Retiro".

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