17/11/10

El Galpón (*)

A metros de Lacroze y Corrientes, El Galpón es un proyecto comunal de abastecimiento de productos orgánicos que reúne a emprendedores agrícolas detrás de las ideas de “consumo responsable”, “comercio justo” y “producción autogestiva”. Curioso ejemplo de emprendedores que dicen ser exitosos combatiendo los valores de la economía de mercado.



El ambiente va volviéndose más natural a medida que se acortan los 100 metros de empedrado que separan a la calle Federico Lacroze, casi Corrientes, de ese gran galpón amarillo. Y, por raro que parezca en plena Ciudad de Buenos Aires, a cada nuevo paso el canto de los pájaros se va imponiendo sobre los bocinazos de los colectivos y reviste de música a un fondo verde de árboles, alambrados y olor a tierra y pasto.
Allí, como escondido y alejado del trajín cotidiano, desconocedor de las preocupaciones del INDEC por enfriar los precios de verduras y hortalizas, se erige El Galpón, un proyecto comunal de abastecimiento de productos orgánicos que reúne a emprendedores agrícolas detrás de las ideas de “consumo responsable”, “comercio justo” y “producción autogestiva”.
“Lo que buscamos es fomentar un nuevo estilo de producir y consumir, no solo comprar productos naturales por sí mismos. Queremos interactuar con el consumidor. Y, por supuesto, ser sustentables”, dice Carlos Pelloli, sociólogo y miembro de la Comisión Operativa de Administración del proyecto.
El Galpón lleva casi un año y medio en marcha y, pese a no vender productos baratos, es un éxito. “Nuestra propuesta no incorpora a los sectores indigentes. Somos francos”, reconoce Pelloli. “Hay un pequeño circuito permanente de gente que viene siempre. Y así estamos bien, porque la generación de escala es un problema: si la gente crece no damos abasto, el cliente no encuentra lo que busca y termina yéndose disconforme”, evalúa Pelloli.
“Sí, hubo momentos en los que tuvimos publicidad pero hoy funcionamos mejor con el boca en boca”, confirma la licenciada en Relaciones de Trabajo Norma Espindola, también coordinadora del Galpón. “La gente viene porque este tipo de propuestas no es muy frecuente”, opina.
Emmanuel Ros Ruiz es francés pero vive en Almagro. Hace pocos meses que está en el país, por trabajo, y se enteró del Galpón por un amigo. “Vine el sábado pasado y esta es la segunda vez. Me encanta hablar con las personas aquí”, dice, mientras se toma una cerveza casera tirada por Pablo, quien le cuenta cómo ideó el sistema para mantener su producción cervecera y servirla.
Martha Roncoroni y su nieta de ocho años, Ximena, están comiendo unos alfajores de maicena que vende la cooperativa La Asamblearia, sentadas en unos asientos de tren que hay entre dos puestos. Es que el Galpón tiene lugar al lado de la estación de trenes Federico Lacroze, en Chacarita. Ese galpón era justamente donde se reacondicionaban los vagones antes de las privatizaciones. “Vivo cerca de acá. Cuando mi nieta me viene a ver siempre nos damos una vuelta a degustar alguna ricura”, cuenta sin abandonar el alfajor.
Pero no sólo vienen vecinos del barrio. “El 40 por ciento de la gente que visita El Galpón es del conurbano. Quizá vengan a buscar algún aire de campo, para sentirse bien, y no solo para comprar”, especula Espindola.
Es que el tiempo también se ralenta aquí en el Galpón.
Eso se ve en la dedicación con que los productores arman sus puestos. Cada uno de ellos reúne a varias familias o cooperativas de granjeros o artesanos.
“Ningún cliente llega, compra y se va. Por lo general se quedan recorriendo el lugar, charlando con la gente, o comiendo algo sentados”, relata Ignacio Ferreira, quien, vestido con bombacha de gaucho y alpargatas, atiende el puesto de Grafer, una granja orgánica de Cañuelas, donde se pueden conseguir, entre otras cosas, matambre de conejo a 13 pesos el kilo o “codornices escabechadas” a 20 por kilogramo.
Alicia Vives y Marina Junco, ambas de delantal a cuadros rojos y blancos, ofrecen hacer degustaciones de quesos, dulces, aceites y licores caseros a quienes pasan por el puesto de la Cooperativa La Asamblearia, que agrupa a varios emprendedores autónomos como La Rosario, las mieles de Don Agustín, de Chivilcoy, o de empresas recuperadas como El Aguante, Grissinopoli y la Cooperativa Malvinas, y hasta pequeñas editoriales que publican cosas sobre economía solidaria o ecología, como Tinta Limón o Baobab.
“La gente que prueba, algo nos compra. Seguro. Y después nos ponemos a hablar sobre quiénes los producen y cómo. Esa es la idea también que tenemos los productores agrupados aquí: no sólo vender sino difundir a través de productos artesanales y naturales, sin agrotóxicos, una cultura de cooperativismo y de formas comunitarias de organización como superiores a las del sistema económico predominante”, comenta Alicia.
Rara paradoja la de estos 60 productores de distintas regiones de la provincia de Buenos Aires, de Santa Fe, de San Juan y de Mendoza: ser exitosos económicamente combatiendo los valores de la economía de mercado con ideas como el “comercio justo”, que enfatiza en el acuerdo de precios entre productor y consumidor.
El Galpón abre sus puertas todos los miércoles y sábados de 10 a 15 (aunque los productores sólo vienen los sábados). Y es impulsado por la Mutual Sentimiento, una asociación sin fines de lucro ubicada en Lacroze al 4200 -en un edificio que le cedió el ONABE-, fundada en 1998 por un grupo de ex-detenidos y exiliados políticos de la última dictadura, que además tiene actualmente en funcionamiento una farmacia mutual, un nodo de club de trueque, una radio y, por un convenio con la Ciudad, una “juegoteca” para chicos.
(*) Nota escrita en 2007.

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